LA DAMA DE
LA LÁMPARA
Los ojos de Florence Nightingale se
abrieron por primera vez el 12 de mayo de 1820 en Florencia, Italia, joya del
renacimiento de la que heredó su nombre. Hija de un matrimonio inglés noble de
amplios recursos fue criada en el sofocante ambiente victoriano y sus rígidas convenciones sociales,
especialmente aquellas que dictaban la educación y futuro de una mujer
pudiente para ser madre y esposa.
No obstante, desde muy temprana edad
Florence se rebeló contra el protocolo y anunció que deseaba dedicar su vida al
servicio de los demás, incluso afirmando que había recibido “una llamada de
Dios”. A los 24 años y a pesar de la oposición familiar, la refinada y grácil
joven se enroló en un curso de enfermería y aprovechó la fortuna familiar para
realizar largos viajes por Europa y Egipto, poniendo por escrito sus
experiencias y aprendizaje, una costumbre que duraría toda su vida.
Durante uno de esos viajes, en 1850,
Florence visitó una comunidad religiosa luterana en Keiserswerth-am-Rhein, en
Alemania, donde estudió el trabajo del Pastor y sus asistentas religiosas en el
cuidado de los enfermos y necesitados y durante cuatro meses recibió formación
adicional en el campo de la enfermería. Según ella, fue un punto de inflexión en su vida,
y publicó un año después los datos de sus observaciones. De vuelta en Londres
en 1853, aceptó el cargo de superintendente en el Instituto para el Cuidado de
Damas en la calle de Upper Harley, donde permaneció poco más de un año.
Mientras tanto, en las costas del
Mar Negro, Inglaterra, Francia y el Imperio Otomano se enfrentaban a Rusia en
la Guerra de Crimea para evitar la influencia de este último país en Tierra
Santa. Los avances de la Revolución Industrial y sus nuevas tecnologías,
incluidas las de la muerte, habían transformado el arte de la guerra, de ser un
asunto de caballeros y tropas pulcramente uniformadas, a convertirse en una
carnicería sin paliativos. Peor aún, el tifus, el cólera y la disentería
causaban más muertes que las balas, por lo que Florence se embarcó hacia la
zona con un equipo de 38 enfermeras y 15 monjas católicas que ella misma había
formado. Una vez en el hospital de campaña, su primera observación tuvo que ver
con la falta de personal médico y el agotamiento permanente que sufrían debido
al enorme número de heridos y enfermos, además de la poca atención que los
oficiales militares prestaban a las víctimas, la mala comida y la falta de
medicinas. Poco dada a la inacción, nuestra heroína escribió directamente al
periódico The Times de Londres pidiendo una solución a la
precariedad de las instalaciones y consiguió que el gobierno formara una
comisión, que diseñó y construyó un hospital de campaña desmontable, conocido
como el Hospital Renkioi. Rápidamente la tasa de mortalidad se redujo en un 90%.
Existe un debate sobre la capacidad
y responsabilidad que la enfermera Nightingale tuvo sobre la mejoría de las
condiciones. Sus detractores afirman que en aquel entonces aún no ponía el dedo
sobre la llaga de la falta de higiene y las infecciones que esta provocaba.
Puede que tengan algo de razón pues es verdad que el tema no había sido
ampliamente entendido ni por Florence ni por las demás personas involucradas
(hasta que Louis Pasteur lo
descubriera unos años después), pero no cabe duda que sus acciones promovieran
una inmediata mejora en la atención médica a los pacientes. Más aún, después de
la guerra, Florence entendió con más claridad la importancia de la higiene y
centró sus esfuerzos en paliar los contagios.
Fue durante su estancia en la
Península de Crimea cuando Florence recibió su bautizo de sangre; ahí también
adquirió su apelativo espiritual como “La Dama de la Lámpara”. Originalmente concebido en un
artículo del Times, un poema de 1857 por Henry Wadsworth
Longfellow lo popularizó para la eternidad:
“Los heridos en la batalla,
En lúgubres hospitales de dolor;
Los tristes corredores,
Los fríos suelos de piedra.
¡Mirad! En aquella casa de miseria
Veo una dama con una lámpara.
Pasa a través de las tinieblas
vacilantes
Y se desliza de sala en sala.
Y lentamente, como en un suelo de
alegría,
El paciente mudo se vuelve a besar
su sombra,
Cuando se proyecta en los obscuros
muros”.
En 1855, gracias a donaciones
privadas, se estableció en Fondo Nightingale para la formación de enfermeras.
Utilizando su legado patrimonial, de aproximadamente 45.000 libras, Florence
fundó la Escuela de Formación
Nightingale en el Hospital de St. Thomas en julio de 1860, que aún
funciona bajo el mecenazgo del King’s College. Asimismo, Florence continuó su
labor de escritora publicando, entre otros muchos, “Notas sobre Enfermería”, que aún se
utiliza en escuelas y universidades del mundo. La ya famosa enfermera, promovió
además la formación de enfermeras para otros países, teniendo una especial
influencia en la creación del primer cuerpo dedicado a dicho oficio en los
Estados Unidos durante la Guerra Civil de ese país americano (1861-1865).
El legado de Florence Nightingale aún reverbera por los
hospitales y clínicas de todo el mundo. Sus esfuerzos y dedicación por el
cuidado de los enfermos y las víctimas de la guerra destacan como un avance
crucial en el aumento de las expectativas de vida en todo el planeta, razón
suficiente para colocarla en el pedestal de los héroes. La Dama falleció
plácidamente en 1910, pero la luz de su lámpara aún brilla como baliza de
esperanza entre los más necesitados.
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